Una hoja en blanco siempre me hace pensar… por una parte en un reto de llenar el espacio con algo que plasme parte de mí; por otro en la gran oportunidad de intentar trascender; y cuando digo esto me refiero a que, al menos para mí, parte del trascender estriba en compartir, y en ayudar a otros a descubrir nuevas perspectiva a través de este compartir.

En este mes en que celebramos a las madres, me gustaría comparar su elección de ser madres con la de un escritor y una hoja en blanco; en donde ellas escriben sobre su(s) hijo(s) tantas y tantas palabras, tantas y tantas emociones, tantas y tantas enseñanzas que con el simple hecho de hacerlo empiezan a compartir con el resto del mundo su ser, sus valores, sus anhelos…

También sé que de acuerdo a la real academia de la lengua española, la palabra trascender significa “Conocer algo que estaba oculto. Propagarse los efectos de unas cosas a otras. Penetrar, comprender. Desplegarse o ir más allá de su propia esencia”... y es en esta última descripción en la que considero yo, radica la gran diferencia entre unas madres y otras.

Cuando una madre es capaz de conocerse y reconocer sus creencias más profundas, sus mapas mentales más ocultos, sus emociones más hondas y aquello que las desencadena, es cuando puede encontrar la oportunidad de elegir plasmar esto mismo y propagar su mismo efecto en otros, o es cuando puede elegir modificarse y desplegarse o ir más allá de su propia esencia al plasmar enriquecido de esta nueva consciencia y convicción en sus hijos.

¿Cuántas veces educamos a partir del miedo o la inflexibilidad de alguna de nuestras creencias?, ¿Cómo sería educar a partir de la consciencia de trascendernos a nosotras mismas?, ¿Qué pasaría si educamos en la libertad de elección, al nivel que la edad y madurez de nuestros hijos lo permite?, ¿Cuántas veces tomamos en cuenta su parecer?

Es sorprendente cuando le damos oportunidad a nuestros hijos de elegir, de hacerse responsables de sus decisiones, y desde un acuerdo y entendimiento sincero, aprendemos ambos.

Una amiga con la que suelo salir a disfrutar un delicioso té chai y un mejor compartir, me comentaba una de esas tardes, que estaba teniendo una crisis con su hija de 7 años, pues en las mañanas no quería levantarse, y esto hacía que ambas iniciaran el día a tirones y empujones, y la niña por si fuera poco, tardaba mucho en desayunar e irremediablemente salían molestas, sin desayunar bien y además apuradas por tratar de llegar a tiempo a la escuela y al trabajo.
Me compartió esta crisis y su frustración por no encontrar una mejor manera de hacer las cosas; entonces es que después de algunas preguntas, encontró una nueva forma, al planear brindarle a su hija una oportunidad de elegir y acordar algo diferente.

Así es que al día siguiente platicó con la niña, escuchó cómo se sentía respecto al episodio de cada mañana; entendió qué era lo que sucedíacon su hija y después le explicó con el reloj de muñequitos de su cocina el tiempo que ella empleaba en desayunar; el tiempo que empleaba en vestirse, el tiempo que invertía en levantarse hasta la tercera o cuarta vez que se le solicitaba y los minutos que requerían para llegar a tiempo a la escuela… derivado de este nuevo entendimiento la propuesta fue sencilla; la pregunta para la niña fue… ¿Cómo quieres distribuir el tiempo?, ¿Prefieres dormir unos minutos más, pero apurarte a desayunar?, ¿Cómo crees que podemos conseguir salir a tiempo y que tú vayas contenta y desayunada a la escuela?

La elección de su hija fue apurarse a desayunar y dormir 10  minutos más, y el compromiso que ambas hicieron fue respetar los tiempos que acordaron en esta plática.

La madre dejó de usar su mapa mental, la hija participó y eligió libremente, generándose una responsabilidad…